06/10/2024 Perfil.com - Nota

El Rojas como Centro
Gabriel Rosales
Una muestra, Pretérito imperfecto. 40 años de artes visuales en el Rojas, se presenta como la ocasión perfecta para hablar de ella, pero también de su “soporte”, el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, el Rojas para los amigos, es decir para aquellos que desde su fundación, en 1984, se convirtió en el centro neurálgico del arte porteño y la gestión cultural. De modo que lo que sigue es un repaso de esa historia estrechamente ligada a las artes visuales, la de una institución y la de

El Centro Cultural Rector Ricardo Rojas es parte de la Universidad de Buenos Aires; y una parte excéntrica muy probablemente. Hay dos datos que son muy significativos: el presupuesto anual para la galería es cero pesos. Y cabe señalar que en lo que va de este año, que dentro de poco finaliza –falta inaugurar tan solo una exposición más, de Sebastián Gordín, que es realmente maravillosa–, las muestras habidas en el Rojas han conseguido la siguiente cantidad de reseñas críticas: una”. Así arrancaba puntiagudo Jorge Gumier Maier su ponencia en las Jornadas de la Crítica de 1996. Allí se perfilaba el curador, periodista y artista, invitado por los popes del momento, con el aura brillante de conquistar desde el Rojas distintas sendas del arte y la gestión cultural. Unas plebeyas, marginales, de “coleccionista pobre”, reñido con cualquier pauta de “artisticidad” canónica o académica, revindicando el oficio y las afectividades frente a la marea neoliberal que ya había sonado sirenas en la primavera de los 80. Hoy las paredes de avenida Corrientes vuelven a eclosionar en Pretérito imperfecto. 40 años de artes visuales en el Rojas, con puerto en la Colección y Archivo Bruzzone y, en palabras dichas allí mismo por la norteamericana Jane Brodie, cobijadas en “ese existir que es lo mismo que la belleza”. 
Rational Twist en New York en 1996, y antes, la itinerante Crimen y ornamento, primero en Rosario y luego en Buenos Aires, ambas con la curaduría de Carlos Basualdo, atrajeron los focos hacia “un pasillo mal iluminado”, como señalaban los primeros pasos de la Galería del Rojas, Gumier Maier y la cocuradora Magdalena Jitrik. Contó la artista en una pasada mesa redonda junto a Fabián Lebenglik, Gustavo Bruzzone y Andrés Duprat, que apenas volvió de México, en 1989, presentó una carpeta al curador Maier, recientemente nombrado por el mítico director del centro cultural, Leopoldo Sosa Pujato, sin imaginar que al tiempo terminaría trabajando con Gumier. “Lo más interesante desde el punto de vista artístico fue convocar a los artistas a los montajes y dejarlos hacer, no intervenir. Era un experimento que dejaba librado a lo que sucediera”, acotó Jitrik en el Rojas, en la reciente presentación del libro Arte argentino de los años noventa (Adriana Hidalgo). De aquellos primeros experimentos saldrían la icónica Lo que viento se llevó, de Liliana Maresca, con lectura de Batato Barea, y la que luego sería reconocida como inspiracional de los venideros cruces artísticos y generacionales, Harte, Pombo, Suárez I.
“Vamos a seguir hablando del Rojas como seguimos hablando de Emilio Pettoruti, de la generación de París, de los concretos y Madí, del Di Tella”, asegura Gustavo Bruzzone, juez de cámara y profesor, y el coleccionista que “por empezar a comprar obras de estos artistas cuando nadie lo hacía” posibilita hoy en buena medida la exposición en la institución de la universidad pública; repasando además que su manera de nuevo coleccionismo incluía el campo artístico, sean los documentos de época, o en los ahora invalorables registros de inauguraciones, charlas y encuentros de artistas y públicos desde 1994. “El Rojas irradia vectores en la historia del arte argentino, es decir de los 20 a 40, los 60 y los 90. Y la ola de lo que significaron los 90, lo que representaron para el arte argentino, es algo muy fuerte porque fue un momento de giro, un cambio enorme, apuntalado en la aparición del Rojas de la mano de Gumier”, señala Bruzzone.  
Genios pobres. “En una rapidísima caracterización, podríamos decir que la movida del Rojas está hecha de resistencias y de luchas, algunas veladas, otras muy explícitas, sin resentimientos. Nada que ver con esta actualidad del autobombo y las grietas”, sostuvo Fabián Lebenglik, quien resultó director del Rojas en los 2000, y que fue de los primeros en rescatar el fenómeno en la prensa, y continúa: “El Rojas también está hecho de combinaciones que no procedían, digamos, de las escuelas más renombradas. También está labrado en relación con el cuerpo, con la casa, con la vestimenta, con la protección. Y tiene algunos restos de las vanguardias de los 40 a 50,  por una parte, y de los 60, por otra. Y es orgulloso el Rojas de su reivindicación del gozo y del placer entre las luchas contra la enfermedad, cuando asolaba el VIH. Generó asimismo una mayor visibilización sin dudas de las artistas mujeres, de los géneros diferentes, de las disidencias, que no eran algo sufriente sino festivo”, acuerda el crítico. Y pone un rasgo relevante para entender a estos genios pobres: “Es la entrada al circuito, museos e instituciones de artistas que no vienen de las clases más acomodadas, algo que pasó muy poco en la historia del siglo XX nacional”. 
Con curaduría de Daniela Zattara, directora del Rojas, la lista de exhibidos impresiona por la fuerte pregnancia en el arte nacional de los últimos treinta años: Sergio Avello, Elba Bairon, Alfredo Benavídez Bedoya, Fabián Burgos, Jane Brodie, Andrés Compagnucci, Feliciano Centurión, Nicola Costantino, Beto de Volder, Martín Di Girolamo, Nora Dobarro, Luis “Búlgaro” Freisztav, Alberto Goldenstein, Sebastián Gordín, Julio Grinblatt, Jorge Gumier Maier, Miguel Harte, Graciela Hasper, Alicia Herrero, Roberto Jacoby, Magdalena Jitrik, Fabio Kacero, Alejandro Kuropatwa, Fernanda Laguna, Benito Laren, Lux Lindner, Alfredo Londaibere, Marcos López, Liliana Maresca, Gustavo Marrone, Emiliano Miliyo, Esteban Pagés, Ariadna Pastorini, Duilio Pierri, Marcelo Pombo, Kiwi Sainz, Cristina Schiavi, Rosana Schoijett, Marcia Schvartz, Pablo Siquier, Pablo Suárez, Carlos Subosky y Román Vitali. Por solo nombrar, Fernanda Laguna ha sido el puente entre aquella generación de Suárez y Jacoby, figuras doradas del Instituto Di Tella, con los artistas del nuevo milenio, a través de la galería Belleza y Felicidad junto a la poeta Cecilia Pavón, que ahora se extiende en el proyecto social y artístico con el mismo nombre en Villa Fiorito. Goldenstein, fundador de la Fotogalería del Rojas en 1994, es paradigmático en la fotografía contemporánea, artista y difusor, en una “clave –en el Rojas que, decía Goldenstein en 2008– estaba más en un abordaje visual de la fotografía. En ese sentido se podría emparentar con un arte light, por su acento en lo visual, en la seducción, en la intensidad visual… una experiencia con la fotografía”, y quien llevó a los consagrados hoy Marcos López y Rosana Schoijett, entre otros, a primeras exposiciones en el centro cultural. Cuando en Buenos Aires solo existía una fotogalería, la del Teatro San Martín, fundada en 1985 por la fotógrafa argentina Sara Facio.
Gumier, tu forma de ser. Arte light, arte guarango, arte rosa, son algunos de los apelativos con los que se conoció esta camada variopinta de artistas, corridos márgenes del neoconceptualismo y la geometría al kitsch y el camp, que tal como escribía el propio Gumier, “la variedad y complejidad de lo exhibido en estos cinco años ha desorientado y perturbado los ánimos nomencladores de muchos. Ocurre que –como una ligera visión de esta muestra (en el CC Recoleta en 1994, 5 años del Rojas) permite comprobar– no existe tal estilo Rojas, no se trata de una corriente, ni siquiera las afinidades son a menudo demasiado estrechas. Es cuestión, sí, de un cambio en el imaginario estético y artístico: la escena ha sido habitada por otros valores. Fuera de las concebidas retóricas más o menos tranquilizantes, estas obras nos exigen aproximarnos despojados de las ideas con que se venía pensando el arte… se trata de un territorio dislocado”.
El director del Museo Nacional de Artes Bellas, Andrés Duprat, mencionó que el gran mérito de la galería del Rojas, que prosiguió el artista, docente y curador Alfredo Londaibere a partir de 1997, es que “lo consiguieron porque no sabían que era imposible, en palabras de Jean Cocteau. Y Gumier fue el padre de aquello con esa curaduría, la que me gusta a mí, crítica de la curaduría academicista y de la hiperprofesionalización de la producción artística”, enfatizó Duprat.
“Esta banalización del arte como precioso documento, espejo didáctico del supuesto estado del mundo, conlleva una suerte de estrategia publicitaria que se ha enquistado en el corazón de un sinnúmero de producciones. Claridad de ideas e intenciones. Ninguna zozobra. Público y críticos agradecidos. Pero como decía Gertrude Stein, ‘lo artístico acontece cuando se cancela la comunicación’... goce, emoción, belleza son términos devaluados. Una operación de clausura verborrágica sobre lo indecible del arte. Porque el arte, como la vida, no es un problema, y menos aún un trabajo. Es un misterio”.
Después de aquella ponencia en las Jornadas de la Crítica, y la centrífuga exposición en el Recoleta El Tao del Arte del año siguiente, Gumier dejaría el Rojas. Ya el plan y el equilibrio habían quedado deshechos para siempre en el arte argentino.
 
Fénix fatigado*
Un desplazamiento del imaginario artístico. Y difuminación del arte en sus bordes, lo borroso de sus marcas. Ubicuidad y dispersión… una práctica que se entiende como trabajo (creativo), más cope que pasión morbosa, ligado a la idea de disfrute, más cercano al oficio que a la creación, más próximo del ingenio que de la expresión subjetivada… si el arte se había desacralizado, estas operaciones reinstalan un hedonismo pagano. El privilegio parece recostarse del lado del fruidor; el creador mismo, lejos ya de las tormentas y borrascas de otrora, es antes que nada un fruidor de su talento y de su obra.
En el saturado y vibrante paisaje del mundo, la pintura se ha desleído. Como un fénix fatigado, es necesario sostenerla en cada escena, en cada aparición. Pero es gracias a esta negatividad, a su insistente capricho, que es capaz, a veces, de recuperar su aliento sagrado.
El arte, lo sagrado, se escurre de las pretensiones, adolece de fugacidad, se instala donde no se lo nombra.
*Fragmento de Jorge Gumier Maier. Avatares del Arte. La Hoja del Rojas. Año II N° 11. Junio de 1989. Publicación original exhibida en sala.
 
Pretérito Imperfecto
40 años de artes visuales en el Rojas
Cámara, Gustavo Bruzzone, Rojas. Intervenciones en el Archivo Audiovisual Bruzzone
Galería de Arte, Fotogalería y Entrepiso 
Hasta el 16 de octubre.
Lunes a sábados de 10 a 20 hs.
Av. Corrientes 2038/2040. Gratis.


Imagen: perfil.com


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