08/04/2021 Infobae.com - Home

Eduardo Levy Yeyati: “Transitamos una autopista y el conductor discute con el acompañante sin ver que la ruta se interrumpe abruptamente” (Actualización)
Sergio Serrichio
En el reciente libro “Dinosaurios & Marmotas”, el economista y decano de la escuela de Gobierno de la Universidad di Tella alerta sobre los tiempos acelerados de la pandemia y el peligro de “una disgregación y pauperización y fuga colectiva que excede el riesgo de una década perdida”

Fecha original de Publicación: 08/04/21 21:46:31 El libro, editado por “Capital Intelectual” se titula “Dinosaurios & Marmotas”, el más reciente de la prolífica obra de Eduardo Levy Yeyati, ingeniero, economista, novelista, decano de la escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato di Tella, profesor invitado de Harvard, obsesionado con el (no) desarrollo de la Argentina y temas como la educación, los cada vez más cortos ciclos de ilusión y desencanto y la posibilidad de que el país pierda el último tren o se estrelle al final del camino. Lo de “Dinosaurios” remite a un micro-cuento (“Cuando se despertó, el dinosaurio seguía allí”) de Augusto Monterroso, el escritor hondureño-guatemalteco-mexicano, maestro del género, y lo de “Marmotas”, a una frase de Bill Murray (“¿Y si no hay un mañana, qué? No hubo ninguno hoy”) en la película “El día de la Marmota”. Porque cada día el desarrollo argentino sigue no estando ahí y el país lo atraviesa con un ojo en el pasado y otro en el presente, sin ver ni pensar ni empezar a construir el futuro. “Siento que transitamos una autopista inconclusa y que el conductor discute acaloradamente con el acompañante sin mirar hacia adelante ni advertir que en un par de kilómetros la ruta se interrumpe abruptamente”, respondió a Infobae quien el año pasado definió el modelo político y económico del actual gobierno como “pobreza inclusiva”. El libro es a su vez una revisión, un diálogo con “Porvenir”, que Yeyati escribió hacia fines de 2014, cuando “se agotaba el populismo de Estado kirchnerista y asomaba un deslizamiento hacia el centro, al que el libro miraba con escéptico optimismo gramsciano. Hoy sucede algo parecido, en sentido contrario: un nuevo gobierno reivindica éxitos dudosos del pasado y promete extraer alguna novedad de recetas viejas”, escribió. Pero no todo es igual. “Hay agendas nuevas: el medio ambiente, las brechas de género. Hay agendas viejas actualizadas: la precarización laboral, la pobreza estructural, la segregación de una sociedad dual, de incluidos y excluidos (cada vez más de los segundos). Y el país está peor: más pobre, cansado, frustrado, dividido”, avisa el autor. “Nuestro estancamiento –salvando el subibaja de la crisis de fin de siglo y su recuperación– es de larga data y, a juzgar por la evidencia y los ejemplos de la región, lo más probable es que no lo superemos, al menos no en el futuro cercano”, dice. La pandemia, puso en evidencia dos fragilidades que se suman a los problemas macroeconómicos (falta de moneda e insuficiencia de exportaciones) básicos: 1) “una muy limitada capacidad del Estado de llevar a la práctica cualquier política pública, buena o mala, que no sea una simple transferencia de dinero; y 2) “la dualidad creciente de formación y trabajo, de ingresos y de acceso, que cuestiona nuestro contrato como sociedad y define no solo la suerte de nuestro desarrollo, sino también la manera en que nos pensamos en relación con el Estado y el prójimo”. Lo que está en juego Hay mucho en juego: “esta crisis asordinada por el distanciamiento representa algo distinto: el peligro de una disgregación económica y de una pauperización y fuga colectiva que excede el riesgo de una década perdida que desvela hoy a América Latina, y que desnuda como nunca el default de nuestras élites”, advierte Yeyati, para que el país salga de “la lógica circular de la inclusión como reparto de existencias”, comprenda el tamaño de la tarea y despierte a “liderazgos menos complacientes”. He aquí las respuestas del autor, en pleno viaje (está participando del Foro Llao Llao, con empresarios en Bariloche), a las preguntas de Infobae. - En el libro propone interpelarnos como sociedad. ¿Quiénes deben iniciar esa interpelación, y de qué modo, con qué preguntas? - La Argentina vive en un equilibrio malo del que es difícil salir si no es por arriba. No confiamos en las instituciones, porque son corruptas; ni en el Estado, porque es el coto de caza de políticos y corporaciones; ni en el esfuerzo, porque nuestro fallido Estado de bienestar se limita a compensar a los excluidos con un cheque o un subsidio y llama a eso Justicia Social; ni en la acumulación de riqueza, porque muchos se enriquecen de manera espuria. Y este descreimiento genera a su vez anomia, informalidad, indiferencia y pobreza inclusiva que retroalimentan el desaliento y la fuga. Como sociedad, creo que debemos exigir más que el cheque, los servicios baratos y malos, los precios cuidados que no bajan la inflación. Tenemos que preguntarnos por qué hace más de una década que nos empobrecemos, revisar el relato del país rico de todos los climas, pedirle al gobierno continuidad, políticas de calidad, honestidad. Uno tiene la tentación de contestar: debemos cambiar cada uno en su lugar y en su medida. Pero esto es ingenuo. Es el gobierno y, en menor medida, los referentes sectoriales los responsables de dar el puntapié inicial, de enseñar con el ejemplo. Hemos perdido tantas oportunidades de hacer esto que empiezo a sospechar que nunca sucederá. - ¿Qué enseñanzas le dejó “Argentina 2030” (un programa de la jefatura de Gabinete, durante el gobierno de Mauricio Macri, que Yeyati encabezó y que buscó trazar líneas de desarrollo a mediano y largo plazo) y su experiencia de economista de consulta en su gestión? - Una es que en el gobierno no existe la posición de economista de consulta. Si cuando uno no quiere resolver algo arma una comisión, cuando un tema no es relevante o es tan sensible que no debe ser tocado, se lo pone en la pila del largo plazo y se llama a un consejo de expertos. Otra enseñanza simple pero crucial es que no hay lugar para planes de gobierno. El formato de la política pública es el Presupuesto, donde se asignan recursos y prioridades. Y cada año un 95% del presupuesto ya está asignado a salarios y gasto social y previsional y a planes heredados, imposible de discontinuar. Con suerte, se puede innovar con el 5% restante, y reasignar partidas de a poco, siempre que no estemos en crisis fiscal y debamos recortar. Entonces, al pensar un plan uno debe entender y trabajar con lo que hay. Otro aprendizaje fundamental: el que decide es el presidente, que para eso fue elegido. El ministro puede argumentar y persuadir, pero difícilmente pueda cambiar al político, porque es natural que éste hable con muchos técnicos, los haga jugar un playoff, y al final elija al que piensa parecido. A una persona exitosa, con poder, no le agrada que la contradigan, ni siquiera sus propios asesores. La “crisis autoinfligida” del macrismo - En el libro habla de “crisis autoinfligida” de la gestión de Macri. ¿Cuáles fueron los errores determinantes? ¿El gradualismo, la fantasía de una “lluvia de inversiones”, la falta de flexibilidad política, la política cambiaria, el acuerdo con el FMI, la falta de una conducción económica unificada? - No sé si podemos hablar de errores en el sentido fáctico. Creo que hubo expectativas infundadas y algo de sesgo ideológico. El discurso económico de Macri se basó en una versión aggiornada del ofertismo de raíz neoliberal: como él mismo decía, el Estado debe cortar el césped y regar la cancha, y dejar que los jugadores, los privados, jueguen. En 2016 los jugadores hicieron ejercicios precompetitivos pero no jugaron. Las inversiones reales necesarias para salir de la recesión no aparecieron y a mitad de 2016, con recesión y elecciones a la vista, el gobierno tuvo que adoptar recursos más cortoplacistas como la Reparación Histórica o los préstamos de Anses para levantar la economía y los ánimos del lado de la demanda. Por otro lado, intuimos que lo que no se haga en los primeros 6 meses es difícil hacerlo en los siguientes 3 años y medio, pero Cambiemos subordinó la política económica a ganar la elección de 2017 en la creencia de que esto abriría la puerta a las reformas, cosa que no ocurrió. En parte por esto el gradualismo, que entre otras cosas implicaba una pauta de ajuste fiscal paulatino, se demoró en la esperanza de que había financiamiento para rato, y no logró recuperar lo pérdida antes de que los inversores se retiraran. Todo esto en un país sin exportaciones ni moneda ni credibilidad intertemporal. También están el cambio de las metas, el shock de tarifas que chocó con la justicia y llevó a perder 6 meses, la inexperiencia de funcionarios noveles que pensaban que el problema era el empleado público y subestimaron la complejidad de la gestión, la falta de compromiso de los gobernadores. Pero estos factores son anecdóticos y no creo que expliquen la crisis; de hecho, si miramos el pasado para pensar el futuro, debemos trascender la explicación anecdótica para no tropezar con la misma piedra. Versiones del presidente - ¿Por qué cree que Alberto Fernández, más allá de los temas judiciales, reedita el populismo kirchnerista, siendo que fue muy crítico de dos de las tres gestiones anteriores? - El presidente fue crítico del kirchnerismo a partir del momento en que dejó el gobierno, y volvió a defenderlo cuando volvió a él. Ignoro sus motivos y no soy el más indicado para especular sobre esto. Sí creo que, en el campo de las principales políticas públicas: producción, trabajo, educación, salud, desarrollo social, economía, banca central, puso gente propia con ideas, en mi opinión, anticuadas. En parte, la analogía de la marmota remite a esto: volver a ensayar enfoques del pasado que nunca tuvieron éxito. En todo caso, salvo en desarrollo social, donde las organizaciones de base kirchneristas tienen alguna incidencia, en el resto vimos retazos de un tempranamente abortado albertismo: protección y subsidio a las empresas, control de mercados, reparto, financiamiento inflacionario, más una vocación inexplicable por revertir las medidas adoptadas por el gobierno anterior; de nuevo, el karma de la discontinuidad. La pandemia nos impide saber el impacto de ese combo. Recién en los últimos meses, el desgaste del gobierno parece haber profundizado la incidencia kirchnerista en medidas como los impuestos al patrimonio o el subsidio de tarifas a la clase media. Pero ese camino recién comienza. - Otros problema que marca son el Estado y la dificultad de gobernar si no hay confianza en la palabra del Gobierno, cuya eficacia depende a su vez del funcionamiento del Estado, al que no sirve bien ni una burocracia “militante” ni una burocracia “turista”. - El funcionamiento del Estado, su capacidad y la de sus empleados, es un tema a la vez aburrido y crucial. El Estado argentino sabe pagar sueldos y transferir dinero (jubilaciones, AUH, etc.) a través de la Anses. En el resto de las políticas públicas, rezagamos a nuestros vecinos. No hay memoria institucional, porque los funcionarios rotan con los gobiernos, ni datos ni evaluación de resultados. Y, cada vez más, no hay funcionarios con conocimiento y experiencia. Pasamos de los militantes sin interés en la función pública a gente del sector privado con poca experiencia y algo de displicencia hacia los militantes. En el sector público los cargos políticos son sólo hasta subsecretario de Estado, pero se contrata gente afín en todos los niveles, a veces exceptuando los requerimientos o de manera precaria. Y con cada retiro voluntario se van funcionarios de carrera. Esto es letal para la capacidad de intervención del sector público, que explica por qué el Excel termina con semáforos en rojo o, más cerca en el tiempo, por qué nuestros menguantes recursos para políticas sociales o sanitarias en la pandemia se asignaron de manera ineficiente. - En el libro cita el caso “Vergara vs California”, sobre el derecho a una educación de calidad. ¿Cómo lo relaciona con la educación en la Argentina? - En el caso Vergara, varias familias de bajos recursos de California se quejaron de que ellos se veían obligados a asistir a las escuelas públicas de su distrito, mientras que los docentes que podían elegir por puntaje elegían distritos ricos. ¿Por qué el sistema obliga a nuestros hijos a ir a las escuelas con profesores con menor puntaje? ¿Por qué el docente puede elegir ir al distrito rico y nosotros no? El fallo original les dio la razón, pero fue apelado y revertido más tarde. El caso ilustra un punto esencial que es el elefante en el salón también de nuestro sistema educativo. ¿Cómo reconciliar el derecho a una educación de calidad de nuestros hijos con los derechos laborales de los docentes? ¿Por qué el estatuto docente inhibe la posibilidad de asignar dos docentes por aula en barrios vulnerables donde los alumnos necesitan más escuela, porque tiene menos acompañamiento en el hogar, y donde es más difícil enseñar? ¿Por qué la formación técnica es en muchos casos lo que el profesor sabe dar y no lo que el mercado laboral demanda? En la medida en que el futuro del país depende de la capacidad de la educación de promover la inclusión laboral, el conflicto entre el derecho del alumno y del docente está en el centro del debate sobre el desarrollo. - ¿Hasta qué punto la pandemia, con su efecto de aceleración de tendencias, nos quita tiempo como país para salir de la trampa de la pobreza? - La pandemia acelera algunas tendencias que no nos favorecen. Por ejemplo, las empresas invirtieron y aprendieron a trabajar con menos gente y esto aceleró la sustitución tecnológica. También aceleró la rotación de lo presencial a lo digital, y si estos desplazamientos se dan rápido queda gente sin trabajo en un lado y una demanda insatisfecha en el otro, que no se compensan. Al poner en riesgo las cadenas de producción global, la pandemia estimuló la desglobalización de la producción de bienes, es decir, la relocalización de la producción más cerca de los mercados finales, y nosotros no estamos cerca de ninguno de ellos. Por último, tal vez por coincidencia, alimentó la agenda verde, que jaquea nuestras exportaciones presentes y futuras: granos transgénicos, carne vacuna por la huella de carbono, minería y shale, lo que nos obliga a diversificar exportaciones en un contexto adverso. Todo esto me genera bastante ansiedad: siento que transitamos una autopista inconclusa y que el conductor discute acaloradamente con el acompañante sin mirar hacia adelante ni advertir que en un par de kilómetros la ruta se interrumpe abruptamente. SEGUIR LEYENDO:

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