21/11/2020 TN.com.ar - Nota

La “sinceridad” de Trump y el “negacionismo” de Biden
Víctor Aloé - USAL
OPINIÓN. Columnista invitado (*) | El presidente saliente interpretó la existencia de un conflicto entre los constitutivos fundamentales para la vigencia de los EEUU. Cuatro años después, Biden lo niega.

Un análisis sistémico del proceso político de las últimas décadas en Estados Unidos, y por ende de las dinámicas de las producciones de poder vigentes en el país del norte, puede partir de una afirmación elemental: hace cuatro años Donald Trump creyó necesario asumir la existencia de un conflicto de intereses entre la sustentabilidad de la proyección de EEUU en el ámbito mundial y el consumo de poder exagerado que tal esfuerzo provocaba en la potencia americana.Esa conclusión surgía de interpretar que en las últimas décadas el mencionado esfuerzo se convirtió en trágicamente asimétrico e inconveniente para los EEUU, debido a la lógica de la "globalización" tecnocrática y del "mundialismo económico", que desintegraron el régimen de convivencia americano, al alterar el sistema de poder vigente durante décadas, enfrentándolo a sus propias limitaciones para mantener un dominio internacional, sin la ascendencia cultural necesaria para alcanzar la hegemonía.En estos términos, una potencia imperial o con ascendencia eficiente en coordenadas de imposición de sus formas y valores necesariamente diferencia entre:La integridad, en uno de sus aspectos, implica la consistencia del paradigma de vida y con ello las funciones constitutivas de la alteridad, sea interna o externa. Se puede disponer de dominio e integridad sin contar con hegemonía, y se puede lograr la integridad sin dominio ni hegemonía, aunque prácticamente es imposible alcanzar la hegemonía y el dominio sin tener integridad.Trump interpretó la existencia de un conflicto entre estos constitutivos fundamentales para la vigencia rectora de los EEUU, que atravesaba sus procesos decisivos de producción de poder y afectaba al sistema de convivencia y la integridad del país. Cuatro años después, Biden negó la existencia de tal situación o la redujo al resultado de las políticas erróneas de Trump, que a su entender inventó y potenció conflictos por desconocer el proceso histórico y la evolución del sistema internacional y la posición en él de los EEUU.Ambas posiciones remiten a una conclusión acerca del alcance y la naturaleza de la crisis que aparentemente sufre los EE.UU. y por ende a la vigencia eficiente o no de la última estrategia diseñada por Washington para mantener la prevalencia sobre los otros miembros del sistema internacional. Por eso, para comprender la entidad y dinámica del conflicto de hegemonía que actualmente protagonizaría EE.UU., hay que retroceder hasta la década de los años 60 del siglo pasado, cuando la implosión de la cultura saturnal provocó una crisis que exigió al gobierno de entonces a diseñar y organizar una estrategia diferente a la vigente desde 1945.En esta dirección, Nixon y Kissinger concibieron las condiciones de un nuevo ciclo que valoraron aptas para mantener la hegemonía, cuyo eje conceptual y operativo era la transnacionalización del capital. Años después Zbigniew Brzezinski intentó amparar conceptualmente tal proceso con el anuncio de una nueva era "tecnotrónica", donde los derechos de la libertad estarían garantizados por una "apertura" del mundo provocada por las nuevas tecnologías y el capitalismo virtuoso.Todo esto ocurría mientras el mundo persistía dividido entre estadounidenses y soviéticos sumidos en una guerra integral aunque "fría", caracterizada por la administración de los conflictos utilizando a terceros protagonistas. La euforia provocada por el colapso de la URSS y la expansión del capitalismo durante las últimas décadas del siglo XX llevó a proclamar el "fin de la historia", creyendo que la promesa de N-K se había cumplido y era de vigencia definitiva.Sin embargo, en el mundo real, uno de los resultados más decisivos de la estrategia diseñada en los 70, fue la emergencia y consolidación de megacorporaciones, que basaron durante tres décadas su expansión en la deslocalización de las producciones y ampararon su excepcional acumulación en los derivados financieros y las generaciones de valor ficto. En los hechos, las subjetividades alternativas a los Estados comenzaron a "contaminar" el sistema internacional y a plantear desafíos inexistentes antes de su vigencia. Uno de los problemas crecientes fue la ecuación del poder privado, cuya lógica consistía en establecer una relación proporcional entre el aumento del poder privado y la disminución del poder público.El dato relevante es que este proceso no fue inocuo en términos de relaciones internas entre los integrantes del conglomerado de intereses estadounidenses que había surgido luego de la II Guerra mundial, generando fracturas y reagrupamientos de modo que se multiplicaron los actores y los intereses antes hegemónicos en el respectivo espacio nacional.El ciclo iniciado por Nixon llegó a su fin en la primera década del siglo XXI y lo que se discute desde entonces es la forma en que se pueden superar las restricciones y los problemas que persisten potenciados por una "transición demasiado prolongada, que no tiene desenlace". La crisis de época provocada por la hegemonía menguante de los EEUU coincide con la crisis de ciclo determinada por la ineficiencia del dólar por mantener en pleno funcionamiento el "mercado mundial integrado".Los teóricos de la política consideran que la superación de la crisis del ciclo N-K depende de elegir acertadamente entre dos posibilidades: la estabilización expansiva profundizando las condiciones de su vigencia, o la sustitución produciendo un ciclo superador en un registro alternativo.Al interpretar Biden que el problema de EEUU es una evolución errática de ciclo y no una cuestión estructural de producción y acumulación de poder, integración nacional y proyección de hegemonía, resume todas las soluciones pertinentes en administrar eficientemente una mayor dosis de librecambismo, multilateralismo y extensionalidad de derechos, dejando todo "como está" en el campo de la economía y del desarrollo tecnológico, salvo ajustes menores.En campaña, los dos ejes principales de Joe Biden han sido las críticas a la mentalidad del trumpismo, expresada en una notable incapacidad para resolver los graves problemas de convivencia entre los americanos, y la promesa de la resolución de la agonalidad inventada por Trump mediante la extensionalidad de derechos en forma amplia e intensiva. En este sentido, Biden ha apelado a la idea progresista de extensionalidad de derechos, para los afroamericanos, para los inmigrantes ilegales, para los solicitantes de asilo, para los demandantes de salud, para los desempleados, para los pobres, para los ciudadanos cuando se manifiestan, cuando son detenidos, cuando reclaman justicia, etc. En este aspecto, esa promesa ya ha demostrado un potencial peligro cuando multiplica las expectativas en forma exponencial con relación a la capacidad del sistema productivo de sustentar con eficiencia, al menos en el inicio del nuevo gobierno, el gasto que toda creación de derechos implica.En la otra ribera, el "America First" significaba la organización de una "reacción nacional" que intentaba revertir las evoluciones negativas del ciclo estratégico anterior, el cual se consideraba agotado por deficiencias estructurales graves, que debían resolverse recuperando la integridad nacional y para ello concentrando la capacidad de producir poder por los Estados Unidos y recuperar densidad suficiente para organizar las producciones de valor, a partir de un rechazo del multilateralismo asimétrico, del libre comercio distorsionado y de la retracción del Estado en las estrategias de recuperación industrial y financiera. Esta concepción consideraba que la necesaria concentración en el esfuerzo de reconstrucción de la integridad nacional exigía una reconstitución del escenario internacional, donde era necesario reformular las dinámicas proyectivas de las corporaciones, los agentes financieros y los holdings localesSería insensato considerar que Trump actúo por su exclusiva cuenta en el intento. Él representó el proyecto de un conglomerado alternativo de intereses nacionales, concentrado en organizar un nuevo orden interno integrador, cuya condición necesaria consistió en reorganizar las proyecciones de la potencia americana en el campo internacional, tanto asumiendo el conflicto con una China acusada de deslealtad comercial y proteccionismo industrialista, como exigiendo a los aliados que asumieran los costos políticos y económicos de la defensa y la propia integridad. Trump enunciaba que si los EE.UU. seguían consumiendo más poder del que producían, sobre todo para financiar a sus socios europeos o asiáticos urgidos en cubrir sus carencias en seguridad y defensa pero al mismo tiempo aprovechada para desplegar una competencia comercial irregular contra Washington, la integridad nacional estadounidense continuaría debilitándose por un dominio sin hegemonía, demasiado costoso en términos materiales, pero también traumático en coordenadas históricas, étnicas y sociales.En otros términos, el "Grupo Trump" denunció que la promesa de N-K de poder retroalimentar con eficiencia la hegemonía de los EE.UU. mediante la reproducción exponencial del capitalismo transnacionalizado y cohesionar a los ciudadanos financiando con ello su forma de vida y valores tradicionales, no se había cumplido o se había consumido en tres décadas.Por esas razones, Biden ha utilizado el modelo electoral de "oferta indiscriminada de derechos", que obviamente parte de la convicción de compensar los desvíos de una carencia y no los efectos de una crisis profunda. El problema es que tal oferta no puede ser realizada en tiempos de crisis, sometiendo al candidato, cuando llega a presidente, a las contradicciones del incumplimiento de las ambiciosas promesas realizadas. El nuevo gobierno deberá seleccionar las versiones de la oferta realizada que puedan cumplirse y resignar las reformas que los intereses en juego impidan consumar.El presidente más longevo en llegar a la Casa Blanca asume en un escenario de crisis no reconocida por él ni por sus seguidores, en magnitud ni extensión, postulando la posibilidad de una rápida "normalización" de la política exterior de los Estados Unidos, aunque los conglomerados de intereses lo obligarán a debatirse en la tragedia de elegir entre las opciones pragmáticas de circunstancia y la integridad nacional alterada. Hay que recordar que siempre la racionalidad en los Estados Unidos fue concebida y aplicada en registro de practicidad operativa, porque hasta los años 60 el sentido de la acción provenía de la religión y las tradiciones, mientras que la organización de la ejecución de la acción estaba subordinada a la razón pragmática. Con el progresismo, se ha pretendido extender esa practicidad operativa a los espacios donde ella no funciona, ni por origen ni por capacidad.Los frutos de la revulsión interna de la potencia estadounidense y las contradicciones de sus gobernantes se observarán en unos años. La fractura cultural actual es una realidad innegable que expresa los conflictos de aceptación de un paradigma de convivencia que declama mucho más de lo que rige efectivamente la existencia de los estadounidenses. El no reconocer o negar una crisis o el percibir erróneamente su magnitud o extensión no puede ser nunca un buen comienzo para ningún gobierno. La realidad demostrará si el "negacionismo" de Biden será suficiente para superar las contrariedades que afectan al coloso del norte o demorará la solución real para los desafíos que limitan y alteran la "integridad americana".(*) El doctor Víctor Dante Aloé es profesor de Relaciones internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la USAL

#18598619   Modificada: 21/11/2020 08:50 Cotización de la nota: $102.509
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