17/10/2020 Perfil.com - Nota

Del desarme al namasté
Silvia Ramírez Gelbes

La práctica del saludo es universal como pocas, pero depende de la cultura específica. Foto: Pablo Temes Oh, si me besara con besos de su boca!” (El cantar de los cantares 1:2). Pocos comportamientos tan universales como el saludo, este depende sin embargo de la cultura específica. Es un proceder situado en tiempo y en espacio, que articula variables –la edad, el género, la familiaridad, la jerarquía– manejadas casi siempre con solvencia y sin saberlo por los miembros de cada sociedad. Seguiré al pie de la letra en esta columna el delicioso libro Tales of hi and bye del lingüista sueco Tornbjörn Lundmark. No seré exhaustiva, pero incluiré retazos de experiencia con los que, probablemente, usted se identifique. Porque los saludos, como digo, constituyen un ejercicio cotidiano. Aquí y en todas partes. Si bien lejanas en la geografía y aparentemente en el tiempo, las inclinaciones y las reverencias no son cosa del pasado. Aún hoy, en Japón –por ejemplo–, uno (o una) anda haciendo inclinaciones a diestra y a siniestra, ante conocidos y desconocidos. Las mujeres, con una mano sobre la otra en el frente. Los hombres, con los brazos a los costados del cuerpo. No ha tantos años tampoco, en China se hacían reverencias ante el emperador, de rodillas y tocando el piso con la frente. En el presente, con las monarquías europeas, es necesario conocer el protocolo para no meter la pata y hacer una genuflexión ante los reyes si se es mujer o una leve inclinación (más que nada, de la cabeza) si se es un hombre. En alguna medida, el gesto de sacarse el sombrero para saludar se asocia con la reverencia. Es que, por una parte, se ofrece a quien es saludado un flanco débil –la cabeza– en señal de confianza de que no le asestará un golpe de espada. Y, por la otra, se cumple con una regla básica de la cortesía: abajarse, hacerse más bajo que el destinatario. Pariente actualizado de esa afectación, el ademán de levantar el sombrero por la copa o siquiera de tocarle el ala –como hacían los tangueros en las pelis del siglo de oro del cine argentino– es un mohín cercano al saludo militar de la mano rígida sobre la sien. Según dicen algunos, resabio de la maniobra para alzar la visera del yelmo. ¿Y el beso del comienzo? Aunque el de “El cantar de los cantares” es un beso de amor –el suavium latino–, el beso de la amistad en la mejilla –el osculum– es un saludo más que extendido por todo el Occidente. Si se da uno, si son dos o acaso tres, por qué mejilla se comienza y con quién ya es un asunto más territorial. Pero no muy moderno. Herodoto, en el siglo V antes de la era común, lo anunciaba como pauta habitual entre los persas. Hablemos del abrazo. Rutina propia de muchos pueblos, tocarse los cuerpos entre los saludantes –aun cuando dicho así suene un poco pornográfico– no es en absoluto extraño en ningún hemisferio. Los polinesios, por ejemplo, se frotan las espaldas, mientras que los miembros de ciertas tribus de Nueva Guinea se palmean las nalgas mutuamente. Y los inuits o esquimales (lo dijeron la Enciclopedia Británica y mi papá) se frotan las narices. Con todo, el saludo más conocido en el planeta –ajeno todavía, asegura Lundmark, a los campesinos chinos– es el de darse la mano. Con variaciones, como las florituras que remedan una danza con palmas, con nudillos y con dedos (coordinación mediante), o el aplauso de las manos derechas a distinta altura, o el simple apretón envuelto por la mano izquierda. Su origen se presume en el intento de ostentar la ausencia de armas –incluso en la manga, pues caerían con el sacudón– y de inhabilitar la diestra para sacar la espada. En marzo de este año, con la pandemia declarada, el ministro alemán del interior, Horst Seehofer, se negó a darle la mano a Ángela Merkel por temor al contagio. Inteligente como es, la canciller alemana aprendió de eso. Cuando el primer ministro italiano Giuseppe Conte la quiso saludar con el codo hace un par de semanas, ella lo instó con su rechazo a mantener la distancia social. Y lo saludó con las palmas juntas y verticales sobre el pecho, al modo del respetuoso namasté. Por ahí, Merkel le estaba dando ejemplo al mundo. Habrá que ir acostumbrándose a saludarse de lejos. *Directora Maestría en Periodismo, Universidad de San Andrés.

#17568604   Modificada: 17/10/2020 23:22 Cotización de la nota: $98.000
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